Por
Víctor A. Yerena
En nada tiene que ver lo interesante, lo educativo o lo entretenido para que caiga sobre mi pecho el pesado yunque de papel. Ahí se queda por horas hasta que despierto de un letargo entre la ficción y la realidad. La dura realidad. "Ya no soy el mismo" me digo, y de nuevo mi mente, que parece más un pozo seco que una mente lúcida, intenta hilvanar un hilo que ya se sabe perdido.
Pero, para que no caiga en ese pozo lo poco que he leído, voy a hablar aquí sobre una lectura que a duras penas he podido hacer en lo que va del año. Es una historia de ciencia ficción; ese pretencioso género que convierte lo imposible en probable y lo probable en cotidiano.
Fahrenheit 451, una novela de 1953 relativamente corta, escrita por Ray Bradbury. En ella se plantea un mundo distópico donde los libros y el pensamiento libre que los produce están prohibidos. Es decir, toda manifestación artística y/o producto artístico están prohibidos, porque, en esta sociedad, toda la culpa de las desgracias del mundo ha sido del arte y de los libros, especialmente. Algo que resulta absurdo de pensar porque, en realidad, se supone que sucede justamente lo contrario, el arte existe por culpa de, o gracias a... (esto es relativo) las desgracias del mundo. Pero, con todo lo absurdo que parezca, Bradbury supo ejecutar esta distopía (utopía para muchos y creo que para mí) haciendo que fuera mucho más que verosímil.
No se enfoca el autor en describir este mundo desde las comodidades que le da el ser un narrador omnisciente y objetivo; el mundo se va revelando a medida en que el narrador nos describe los pensamientos, sentimientos, sensaciones y percepciones de Guy Montag, el personaje principal, un bombero que, en lugar de sofocar los incendios, los provoca. Tiene la misión de quemar cada casa donde se encuentre al menos un libro, incluso con su dueño dentro, si sus libros son muchos.
Pero poco a poco, Montag se va cuestionando, no solo el sentido de su trabajo, sino el sentido de su vida quemando libros y el sentido de su vida al lado de una esposa exasperante que lo cuestiona en todo. La curiosidad de Montag empieza a germinar cuando se entera de que antes, los bomberos apagaban los incendios, un mito absurdo inventado seguramente por la sucia resistencia, que ha sobrevivido a una especie de amnesia colectiva de esta sociedad del futuro, porque en este mundo sucede lo que siempre se ha temido: han olvidado su historia, pero no están condenados a repetirla, de eso se asegura el régimen.
Al fin, Montag hace lo impensable: lee. Y cuando lee se da cuenta, de una forma muy dramática, del poder de la poesía y el conocimiento que reside en los libros y tambien del porqué hay que quemarlos (o del porqué no hay que quemarlos, eso es... relativo).
Bradbury echa mano del existencialismo manifiesto en Montag, pero también él mismo se personifica en otro bombero, Beatty, que tiene el hábito oculto y mortal de leer, pero a quien la lectura lo ha vuelto insensible e hijueputa, tan hijueputa como lo fue Oscar Wilde personificado en Lord Henry. Pero en Fahrenheit 451, este bombero es el antagonista, él no quiere un mundo con libros, ni con escritores, ni con lectores, ni con poesía ni conocimiento al alcance de todos, porque a él le gusta el poder, y sustenta su poder justamente, en los libros. Vaya paradoja.
Guy Montag escapa de esta caverna platónica dándose cuenta de que ahora tiene otra misión más importante: resguardar los libros, no de forma física, no en una biblioteca oculta debajo de la tierra, no. Debe guardar los libros en su mente. En el nuevo futuro, deberá ser, entre otros muchos, una biblioteca andante.
Una película homónima está disponible en Max. Véanla y no se lean el libro, qué pereza. La televisión sí está permitida.
Bradbury echa mano del existencialismo manifiesto en Montag, pero también él mismo se personifica en otro bombero, Beatty, que tiene el hábito oculto y mortal de leer, pero a quien la lectura lo ha vuelto insensible e hijueputa, tan hijueputa como lo fue Oscar Wilde personificado en Lord Henry. Pero en Fahrenheit 451, este bombero es el antagonista, él no quiere un mundo con libros, ni con escritores, ni con lectores, ni con poesía ni conocimiento al alcance de todos, porque a él le gusta el poder, y sustenta su poder justamente, en los libros. Vaya paradoja.
Guy Montag escapa de esta caverna platónica dándose cuenta de que ahora tiene otra misión más importante: resguardar los libros, no de forma física, no en una biblioteca oculta debajo de la tierra, no. Debe guardar los libros en su mente. En el nuevo futuro, deberá ser, entre otros muchos, una biblioteca andante.
Una película homónima está disponible en Max. Véanla y no se lean el libro, qué pereza. La televisión sí está permitida.
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