Por Víctor A. Yerena González
Este era Bruno, un pequeño burrito que un día despertó y se vio con que no tenía orejas. Qué pasó con mis orejas, gritó bruno. Las buscó debajo de su almohada, en el baño, en la cocina, en el sillón... las buscó en todas las partes de su casa y no las encontró. Fue a mirar al pasto donde le gustaba pasar el tiempo y tampoco las halló. Ya se hacía tarde para ir a la escuela y el pobre Bruno nada que encontraba sus orejas.A Jean-Pierre
Qué voy a hacer, pensó Bruno
angustiado, no puedo ir a la escuela sin mis orejas, si la profesora me
pregunta algo de la clase no voy a poder escuchar, si explica algún tema, no lo
voy a poder entender, ¡necesito mis orejas!. Y aunque buscó y buscó no las
encontró. Como no pudo encontrar sus orejas y tenía que irse para la escuela,
Bruno se hizo unas orejas de cartón, las pintó del mismo color de su pelaje y
se las puso en la cabeza como una corona, y así Bruno se fue para la escuela.
Pero todos se dieron cuenta de que las orejas de Bruno no eran de verdad y
todos los animales que tenían grandes orejas se burlaban de él, ¡no tiene
orejas, no tiene orejas, tiene orejas de cartón! Y Bruno se sentía muy
triste porque se burlaban de él.
Ya en clase, la profe le preguntó: “a
ver Bruno, si un humano nos pica la cola con un palo, qué debemos hacer”. Todos
los burritos levantaron el casquito para responder, pero Bruno no lo hizo,
aunque respondió: “le doy una patada, profe.” Todos los burritos se rieron,
pero la profesora los regañó. A ver Matilde, responda usted. Matilde, una
burrita muy inteligente, respondió, “caminamos más rápido, profe”. “¡Muy bien,
Matilde! A ver, Bruno, ¿Qué hacemos cuando un humano nos pone una angarilla en
el lomo y se nos monta? “Doy muchos saltos hasta hacerlo caer.”, respondió Bruno,
y otra vez los burritos se echaron a reír de Bruno. Muy mal, Bruno, lo regañó
la profe. Ahora te quedas sin descanso y no volverás a clase hasta que no
traigas tus orejas.
En ese momento, Bruno se sintió muy contento, aunque respondía mal por no tener sus orejas. Él no quería ser un burro esclavo de los humanos, quería ser un burrito libre, como las cebras, y pensó que haber perdido sus orejas fue lo mejor que le había pasado en su vida. Volvió a su casa muy contento y feliz de no tener orejas nunca más, porque así podía ser libre. Pero al día siguiente, Bruno se despertó amarrado a un árbol y cuando se miró otra vez en un charco, se dio cuenta de que tenía sus orejas otra vez y que nunca iba a dejar de ser un burro.
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